Una cartita al miedo
Si me preguntan cual ha sido y es mi mayor miedo: es justo el MIEDO. El miedo es el único que me paraliza, me frena, me hace desconocerme. Cuando me alcanza, pierdo. Todas las veces me quedo tonta sin ver la luz. Por suerte ya un poco me la se y me he armado un kit de supervivencia para esos casos: mis personas. Y Jorge. El mejor terapeuta que he tenido (pasé por varias terapias. La de Jorge es racional conductual, es efectiva, rápida y en corto plazo). Y de nuevo: mis personas. No hay vez en que no acuda rápido a ellas y sepan bajarme a tierra en dos chats. O en un llamado, o en una nota de voz, un meme, un libro, un quote. Por suerte ya no dudo: me ha costado pero me reconozco y (cada vez más) me acepto humana (antes era solo mi presión de tener que ser superhéroe) y cuando lo veo venir me agarro rápido y fuerte de mis personas vitamina. Esas que no necesitan tanta explicación para saber de qué les hablo.
Pero volviendo al miedo, y para mencionarlo y mencionarlo a ver si así se relaja: hay una historia que me gusta mucho contar. Bueno es un cuento que empieza cuando el miedo venía cada día a tocar mi puerta. A mi me daba tanto pudor, terror y muchas sensaciones más, que trababa la puerta con fuerza, me escondía, y por supuesto no le abría.
El miedo seguía pasando, golpeaba la puerta, se asomaba a las ventanas, gritaba mi nombre, y yo, bajo la cama, con mil candados en la puerta, casi ni respiraba para que no me encuentre.
Pasó el tiempo y yo ya no quería ni abrir la puerta, ni las ventanas, ni dejar pasar un rayito de sol con tal de no correr el riesgo de que justo aparezca y me encuentre. Pero un día empecé a sentirme muy down, sin la luz del sol, la brisa de afuera, el sonido de los pájaros, empecé a venirme abajo. Tanto, que ya no aguanté y decidí abrir la puerta, aunque sabía que podía pasar que el miedo aparezca y no llegar a cerrarla antes. Lo hice. Apareció. Junté valor. Lo miré fijamente. Tomé aire. Me apuré para poder cerrar la puerta y que no pueda entrar. Me ganó, fue más rápido. Entró a casa, imponente. Ocupaba casi todo el lugar. Me miraba, miró la casa, no se sentó. Yo TEMBLABA. Estuvo unos dos minutos en casa y se largó. La verdad es que se sintieron como 20 horas pero fueron 2 minutos. Yo me quedé rara, con una sensación fea, me angustié, pero haber vuelto a abrir la puerta me había ayudado, me aireó y me devolvió algo de fuerza, entonces al otro día lo volví a hacer. Y al otro día, volvió a venir. Esta vez me quedé sentada y ni atiné a pararme a cerrar la puerta. Le moví la silla y le hice un gesto de que se siente. Me agradeció con una seña y se largó. A la tercera vez que vino, yo igual en pánico, le invité un mate. Todavía me acuerdo la sensación en el cuerpo de tenerlo cerca. Es una presión en el pecho, mezclada con una en la cabeza. Calor. Frio. Puntada en la panza. Pero estaba jugada: ya lo tenía cerca. Lo hice pasar, le dije que fuéramos al sillón. Nos mantuvimos en silencio un ratito. Tomó un mate, se largó. Yo me quedé medio en shock.
Desde ese día no volvió por unas semanas. Después lo volví a ver: yo estaba ocupada cocinando y cuando levanté la cabeza de nuevo para saludarlo, vi su saludo a lo lejos, pero no se acercó, estaba concentrado mirando a otro lado.
De vez en cuando pasa caminando, pero a casa casi nunca se acerca. Le atraen mucho las casas cerradas, le da intriga y hace de todo por poder entrar. Por la mía pasa cada vez menos, pero ahora sabe que cuando quiera, puede pasar, descansar, sentarse, echarse una siesta.
Ahí lo entendí: el miedo solo quería que lo viera, y poder verme. Solo quería asegurarse de que estoy bien, en verdad me protege (bueno: cree que me protege y que necesito mucha protección). El miedo también tiene miedo, y quiere tener el barrio bajo control. Ha sufrido y ha perdido. No ha tenido chance de recuperarse de tanto, es por eso que ahora solo vive para proteger. Es su rol. Si lo dejamos pasar, se relaja, sabe que estamos bien y que con nosotros siempre tiene un lugar. Si nos escondemos se asusta, cree que algo malo nos puede pasar, y no para hasta tenernos enfrente y asegurarse de que lo veamos y recordemos cuidarnos.
A veces el miedo no tiene una cara fácil de distinguir, no la deja ver. A veces no sabemos qué mensaje trae. Estoy segura de que siempre es de protección. Desde la herida. Alguna vez le dolió y ahora solo existe para asegurarse de que no vuelva a pasar.
Lo mejor que he hecho fue invitarlo a pasar. Verlo a los ojos, bajar la guardia. Despues de eso solo pude agradecerle. Porque en el fondo su meta es de protección. A su manera: no es buena ni es mala. Es suya.
Yo tengo las mías. Como cada ser humano. Ninguna manera es buena, ni mala. Estan basadas en lo que hemos vivido. Muchas veces las confundimos con las vivencias actuales y creemos que eso que dolió volverá a doler. Es muy inconsciente y difícil de ver y de explicar pero creo que de ahí viene el miedo.
Solo puedo decir gracias. Al miedo, por hacerme frenar, y hacerme agarrarme de mi gente y pedirles ayuda. Aceptarme vulnerable me ha costado un huev* pero ha sido liberador. Y luego, saber dejarlo ir, hay que hacerle entender que podemos, que no pasa nada, que somos adultos y podemos con eso. Y con más.
Lo que quiero decir es: OBVIO QUE EL MIEDO NUNCA DEJA DE APARECER. En mi caso, solo practico mucho cómo llevarla sabiendo eso. A veces me sigue dejando knock out, pero cada vez eso dura menos. Con ayuda es mejor. Escribir sobre él me ha ayudado muchísimo también. Hacer cosas incluso con el miedo around o su posible aparición también. Claro que muchas veces lo tengo encima, pero he aprendido a que con o sin él. yo avanzo. Me gusta demostrarle quién manda. No es fácil, es un oponente desafiante. Pero como todo en la vida: solo con la práctica se vuelve un poquito más fácil.
Gracias por leer <3